quinta-feira, 22 de agosto de 2013

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  • 26/07/13

Los que reman en lágrimas

El hambre, las dictaduras y los conflictos derivados de la primavera árabe impulsan a más de 300.000 africanos por año a arriesgar su vida para alcanzar la costa europea.


Vidas precarias. Inmigrantes que viajaban en una balsa inflable fueron rescatados cerca de Tarifa, el puerto andaluz más cercano al norte de Africa, en diciembre de 2011.
  • En su primer viaje por Italia, el papa Francisco visitó, el 9 de julio pasado, la isla de Lampedusa, el territorio más meridional de la república italiana, donde condenó la “globalización de la indiferencia”.
En las costas de Lampedusa murieron en los últimos 15 años decenas de miles de inmigrantes africanos intentando llegar a Europa hacinados en precarias balsas o pateras. Muchos murieron sofocados en el trayecto, otros naufragaron en algún punto de su mortífera travesía. Y los que llegaron vivos no fueron bien recibidos por los poco más de 5.000 habitantes de esta isla por la que, sólo en la primera mitad de 2013, pasaron 19.000 inmigrantes.
Como Malta y Canarias, dos archipiélagos en cuyas aguas también murieron hundidas millares de esperanzas, Lampedusa es un lugar donde la desesperación se junta con la geografía: está a más de 200 kilómetros de Sicilia (la gran isla triangular siempre a punto de ser pateada por la bota continental italiana), casi el doble de la distancia que la separa de Túnez y Libia.
El caso de Canarias es aún más ilustrativo: Fuerteventura, una de sus islas, está a 95 kilómetros de las costas de Marruecos y del Sahara, y a 1.400 kilómetros de Europa continental. Malta (450.000 habitantes) también está más cerca de Africa que de Europa, pero, a diferencia de Lampedusa y Canarias, en 2014 cumplirá cincuenta años como república independiente y diez de pertenencia a la Unión Europea. El caso es que, dijo el Papa, “nadie se siente responsable” de la tragedia de las pateras. “La cultura del bienestar nos hace insensibles, nos hace vivir en pompas de jabón, que lleva a la indiferencia respecto a los demás. ¡Hemos caído en la globalización de la indiferencia!”.
En la noche previa a la visita de Francisco a Lampedusa, el ejército maltés interceptó un bote con 102 inmigrantes africanos y el día después dos grandes gomones con otros 124 desesperados. Ante lo que llamó “una invasión”, el primer ministro de Malta, Joseph Muscat, pidió ayuda a la Unión Europea y dijo que consideraría “todas las opciones”, incluida la deportación inmediata de esos inmigrantes indeseados. En respuesta, Cecilia Malmström, comisionada de Asuntos Domésticos de la UE, le advirtió que, antes de cualquier deportación, Malta debía analizar los pedidos de asilo, como establecen las reglas comunitarias.
Gran parte de esos inmigrantes llegan desde el sur del Sahara y del cuerno de Africa, hacen escala en Libia y se echan al Mediterráneo, escapando del hambre y de regímenes autoritarios, cuando no dictatoriales, causas a las que en los últimos años se sumaron la inestabilidad y los conflictos derivados de la “primavera árabe”.
En 2012 unas 330.000 personas pidieron asilo en la UE, contra poco menos de 300.000 en 2011. Afganistán lideró el ranking de países por origen del solicitante. Siria, envuelta en una guerra civil que ya se cobró 600.000 muertes, le siguió de cerca, y fue el país del que más creció el número de pedidos de asilo.
El fenómeno de la inmigración hacia Europa, sin embargo, excede largamente el del número de asilos, hasta sumar poco más de tres millones de inmigrantes anuales.
Los episodios más recientes pueden hacer olvidar que hasta bien entrados los años 60, la migración a países de Europa Occidental no fue sólo intra-europea, sino incluso intra-europea occidental. Los flujos humanos se dieron al ritmo de dos guerras mundiales, la gran crisis de los años treinta y las brechas de desarrollo entre los países más “ricos” (Alemania, Suiza, Francia, Gran Bretaña) y los más “pobres” (Italia, Bélgica, Portugal, España, Irlanda).
A comienzos de los años 30, por caso, había más de un millón de italianos en Francia. También Alemania y Suiza recibieron grandes contingentes de inmigrantes italianos, que con el tiempo empezaron a sentir la competencia de sus pares meridionales de España y Portugal.

El pasado colonial
Recién en la década del sesenta comienza la ola de inmigración turca a lo que entonces se conocía como “Alemania Occidental” y la africana a los países del sur de Europa, vinculada a la geografía y al pasado colonial. Etíopes, tunecinos, libios y eritreos en Italia, marroquíes en España, argelinos en Francia, indios y paquistaníes en Gran Bretaña, y más tarde inmigrantes del Africa subsahariana, recorren en sentido inverso el camino de las viejas potencias coloniales, colorean la antes monocromática Europa y dan pie a una nueva exégesis de los versos imperiales de Rudyard Kipling acerca de la “carga del hombre blanco” para con esos hombres “mitad niños, mitad demonios”.
Entre los 70 y los 80 se suma la inmigración china y asiática y de algunos países latinoamericanos, pero en una proporción mucho menor. Y ya entrados los 90, tras la caída del Muro, aumentan los hasta entonces escasos arribos del centro y el este europeo: polacos, albaneses, rumanos y emigrantes de algunas repúblicas ex soviéticas, como Ucrania. Para entonces, países que habían sido durante décadas emisores netos de migración, como España e Italia, se cuentan entre los principales receptores.

Percepción y realidad
Con todo, la percepción sobre la magnitud de la migración hacia Europa suele exagerarse. Sobre una población mundial de inmigrantes de cerca de 214 millones de personas, a principios de 2012 se calculaba que algo más de 33 millones residían en alguno de los 27 estados de la Unión Europea. Y si de ese contingente se excluyen los 13 millones de inmigrantes provenientes de otro país del bloque, la cifra se reduce a unos 20 millones, poco más del 4% de la población total de la UE.
El mayor número de extranjeros en la UE viven en Alemania (7,1 millones), España (5,5 millones), Italia (4,8 millones), Gran Bretaña (4,8 millones) y Francia (3,8 millones), que suman 77% del número total de extranjeros residentes en el bloque. Las características del fenómeno migratorio (por caso, alta incidencia de ilegalidad) y la semántica burocrática hacen que los números deban tomarse con flexibilidad. Por caso, si en vez de la nueva se toma la vieja definición de “inmigrante”, la cifra en Alemania bordea los 10 millones. A su vez, el estado de la UE con mayor proporción de inmigrantes es Luxemburgo, casi 44% de la población total. Y el único país grande y populoso en que el porcentaje excede el 10% es España.
El principal origen de población inmigrante en los países de la UE lo constituyen, como ya se ha visto, otros países del bloque. Siguen los africanos, con 25% del total, luego europeos no miembros de la UE (en especial turcos, albanos y ucranianos), asiáticos y “americanos”.
Otro fenómeno de las migraciones mundiales, ya no sólo europeas, es el creciente peso de los flujos Sur-Norte.
Population Facts , una síntesis de datos migratorios publicada por Naciones Unidas en junio de 2012, destaca que mientras en 1990 había 40 millones de personas nacidas en el Sur que vivían en el Norte del mundo, en 2010 la cifra se acercaba a los 80 millones y por primera vez los migrantes Sur-Norte (35% de las migraciones mundiales) superaban en número a los del más tradicional flujo Sur-Sur (34%). Los flujos Norte-Norte (como los intraeuropeos) explicaban 25% de la migración mundial y los Norte-Sur apenas 6 por ciento.
Lo anterior ratifica que el motivo económico sigue siendo la principal fuerza detrás de los movimientos migratorios. Una de las variables que aproxima la cuestión es el volumen de las remesas que los emigrantes envían a sus países; crecieron de 132.000 millones de dólares en el año 2000 a 440.000 millones en 2010.
En el caso de Europa, además, los inmigrantes son mucho más jóvenes que el promedio de los países en que se instalan y tienen tasas de natalidad muy superiores, por lo que ayudan a contrarrestar el “envejecimiento” de esas sociedades y en el futuro podrían morigerar la crisis de los sistemas jubilatorios europeos.
En cualquier caso, la percepción de la inmigración excede largamente la realidad. El informe 2011 de la Oficina Internacional para las Migraciones, de las Naciones Unidas, apuntó, precisamente, a la necesidad de “comunicar eficazmente sobre la migración”, para despejar, al menos parcialmente, fantasmas y temores.
El informe incluye una encuesta de Transatlyreantic Trends donde se muestra que mientras en Italia los inmigrantes representan 7% de la población total, la “percepción” de los nativos locales es que los extranjeros son el 25 por ciento. En España los números son, respectivamente, 14 y 21 por ciento. No sólo ocurre en Europa. En EE.UU., los números son 14 y 39 por ciento.

Un fenómeno urbano
La percepción exagerada del fenómeno migratorio se debe en parte a su fuerte sesgo urbano.
Como explica el autor holandés Paul Scheffer en su libro Immigrant Nations (2011), los contingentes migratorios suelen desembocar en grandes urbes o centros portuarios como París, Marsella, Hamburgo, Amsterdam, Roma, Londres, donde se registran las mayores tensiones y conflictos. No sólo ciudades de Francia e Inglaterra, sino también de Holanda y Suecia, históricamente vistas como ejemplos de civismo y tolerancia, han sido escenario de revueltas en las que se mezclan ingredientes raciales, religiosos, socioeconómicos y políticos.
Pese a los discursos de tolerancia y multiculturalismo que permean los debates académicos y de algunas ONG, el sentimiento antimusulmán creció en casi todos los países europeos. Ya en 2006 una encuesta Pew había detectado que 63% de los alemanes, 60% de los españoles , 56% de los franceses y 40% de los británicos eran críticos de la inmigración musulmana, proporciones que crecieron en los últimos años, debido a la crisis económica, el desempleo y las nuevas oleadas de inmigración. Dinamarca fue el primer país de la UE que adoptó medidas contra la inmigración, luego de que los socialdemócratas perdieran el gobierno por primera vez en 80 años. A esa tendencia este año se sumó Suecia, cuyo “ministro de inmigración” declaró expresamente que el gobierno limitaría el “volumen” migratorio. Mientras, Noruega debate las mismas cuestiones. El partido neonazi griego “Amanecer Dorado”es uno de los casos más extremos de hostilidad a los inmigrantes, pero en los grandes países continentales (Alemania, Francia, Italia, España) también se observan sentimientos contra la inmigración y en Gran Bretaña el “Partido Independiente del Reino Unido” (UKIP, por sus siglas en inglés) trepó al 15 % de popularidad gracias a sus denuncias contra la pérdida de “soberanía” y control de las fronteras. Suiza, que no es miembro de la UE pero sí firmante de un acuerdo de libertad de movimiento en las fronteras, firmado en 1999, anunció en mayo que limitará esos movimientos y fijará cuotas de inmigración. “Hay malestar en la población, y es necesario tomarlo seriamente”, dijo la ministra de Justicia helvética, Simonetta Somaruga. En respuesta, Catherine Ashton, del área de política exterior de la UE, advirtió que limitar los movimientos fronterizos violaría el acuerdo de 1999 y haría perder “los beneficios que la libertad de tránsito tiene tanto para Suiza como para la Unión Europea”. Para apaciguar las resistencias a los acuerdos de inmigración y circulación de alcance comunitario, la UE creó en 2005 la agencia Frontex, una agencia de coordinación con los países miembro, pero que –según algunas denuncias– se ha ido transformando en una policía fronteriza continental. En este clima, el discurso que tiende a simplificar problemas como el desempleo, los bajos salarios o la cohesión social y cargar la culpa a los inmigrantes es un acicate. Así, mientras 60% de la inmigración africana se concentra en el sur de Italia, las mayores críticas al fenómeno migratorio provienen del Norte, debido en buena medida a la prédica de la Legha Nord, entre cuyas “batutas” se cuenta aquella del “ povero Garibaldi; murió creyendo que unificó Italia, pero en realidad dividió Africa”.
En clave geopolítica, el autor neoconservador norteamericano Robert Kaplan aborda el mismo punto en su libro The revenge of Geography (2012) al argumentar que de la misma manera que Europa, bajo el liderazgo alemán, avanzó hacia el Este luego de la caída del Muro de Berlín y las “revoluciones democráticas” post-1989, ahora está en proceso de “expandirse hacia el Sur”, para abarcar las revueltas árabes.
“Túnez y Egipto no están a punto de ingresar en la Unión Europea, pero sí de convertirse en zonas de sombra con una más profunda implicación de la UE, que se convertirá en un proyecto más ambicioso y difícil de manejar que nunca”, escribió Kaplan. “La verdadera frontera sur de Europa no es el Mediterráneo, sino el desierto del Sahara, que separa el Africa Ecuatorial de la del Norte”.
El propio Kaplan aproxima el tamaño de los temores que esa perspectiva despierta citando una conversación con Josef Joffe en la que el periodista germano-americano notó que si durante la Guerra Fría, Europa tuvo su seguridad garantizada por EE.UU., ahora no se enfrenta a ninguna “amenaza convencional palpable”, sino a una “que no viene en forma de uniformes, sino con el andrajoso atuendo de los refugiados”.

Desafíos y temores
Igual que la percepción de las magnitudes migratorias, también esos temores parecen exagerados. En Migration after the Arab Spring (La migración después de la primavera árabe), un paper del Centro de Políticas Migratorias del Instituto Universitario Europeo, los investigadores Philippe Fargues y Christine Fandrich destacan que si bien las revueltas iniciadas en Túnez, Libia y Egipto a fines de 2010 y principios de 2011 originaron dos crisis de refugiados (en Libia y en Siria) no variaron demasiado los flujos migratorios hacia Europa, salvo una breve oleada tunecina inicial. El mayor desafío, dicen, es que la UE ayude a regímenes inexpertos a hacer un aprendizaje rápido de gestión del Estado, evitando los excesos autoritarios.
De todos modos, el propio paper incluye estadísticas que echan sombras sobre su relativo optimismo. Por caso, mientras los “arribos no autorizados por mar” a Italia promediaron 18.788 personas anuales entre 2001 y 2010, escalaron a 42.807 entre enero y septiembre de 2011, luego de la “primavera árabe”. Esa arremetida se habría frenado luego, pero este año recobró impulso con las crisis en Siria y Egipto.
Así las cosas, Lampedusa parece ser más que un embotellamiento en una de las puertas de entrada al sueño europeo de muchos africanos y, en los últimos años en particular, de los países árabes del norte de Africa.
Un sueño posible si en Oriente Medio la “primavera árabe” no deviene incontenible pesadilla y si en Europa la tolerancia y la esperanza le ganan al miedo y la discriminación.



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