quarta-feira, 25 de novembro de 2015

Texto



¿Quién realmente soy? ¿El emigrar modificó algo en mí?

Cuando decidimos ir a vivir a otro país se genera una verdadera sacudida interior: todo nos llama la atención: los olores y colores, la forma de ser e estar de la gente, la comida, los ritos y formas de convivencia etc. y especialmente las diferencias- tan notadas “por los de afuera”.
Sin darnos cuenta cotejamos y sacamos a relucir hábitos, creencias, dichos etc. muchas veces anteriormente no cuestionados por haber sido introyectados, absorbidos, inconscientemente a través de la lengua materna y costumbres del país de origen. Podemos aceptar vivir esta “revolución interna” de muchas maneras pero lo difícil es asumir el proceso de duelo a que nos confronta el estar en nuevas tierras, el haber dejado algo para atrás que ya no será totalmente accesible. ¿Cómo recuperarlo?

Freud escribió sobre el tema en un texto publicado en 1917, llamado Duelo y Melancolía, donde  hace alusión a la pérdida de la patria, incluyéndola en el proceso de duelo. Cuando escribió ese texto no sabía que él propio tendría que exiliarse a causa de las persecuciones a los judíos ya en los años anteriores a la ll Guerra Mundial, lo que obligó a toda su familia a abandonar Viena y radicarse en Londres en 1938 donde viviría apenas un año hasta su muerte en 1939.
Lo que llama la atención es que no todos tenemos conciencia de que, a pesar de la posible elección de emigrar, vivimos un duelo que presupone un trabajo psíquico de separación, pérdida y desarraigo y una adaptación a la nueva vida que implica creación, cambio y reorganización.
Desde el punto de vista del psicoanálisis la patria o el sentimiento de nación, encarna varias referencias, sea  por medio del idioma, la cultura, la etnia, las relaciones familiares y grupales, la religión, el contexto histórico vivido y compartido etc.

El inmigrante puede sentirse extraño al volver a su país de origen y poseer el mismo sentimiento en el sitio en que reside… O sea, está en juego el sentimiento de pertenecer o no a algún lugar  -que trasciende lo geográfico- y que se denominó, en el caso del extranjero, como un sin-lugar. “No soy de aquí ni soy de allá...canta Facundo Cabral”. ¿Seremos errantes para siempre?

 Lo difícil es aceptar que este lugar “movedizo”, esta extrañeza es una condición con la cual tendremos que convivir por el simple hecho de ser humanos.

Pero ¿en qué el grupo étnico nos asemeja y en qué nos diferencia?

Yo creo que nos identificamos con una forma de ser y pensar la vida que está entre lo familiar y lo cultural, entendido aquí, en su sentido amplio.
Otro aspecto interesante es que estos procesos migratorios vienen acompañados de idealizaciones positivas o negativas, ya sea una nostalgia de la tierra perdida “donde se vivieron los mejores momentos” ó una sensación de inadaptabilidad, de crítica feroz al país extranjero que no “tiene nada bueno o que me guste”  ó, al revés, una idealización de que se está totalmente integrado al nuevo país y que “no se extraña nada”.
El desafío es soportar hablar y discutir ese conflicto -que nos lleva al dilema de tener que convivir con alguien dividido por los recuerdos, por las relaciones que mantenemos y abandonamos en los dos países, por los idiomas-, cuando ese alguien es uno mismo, lo que significa, por lo tanto, discutirlo desde nosotros. O sea, existió una elección, más o menos libre, de un sujeto que o no tenía otra alternativa (económica, social, política etc.), o fue obligado (por ejemplo, el exiliado, refugiado político o religioso) o escogió realmente emigrar pero que trae aparejada una cierta ambivalencia.

Sí ó no, Irse ó quedarse, disyuntivas...

¿Qué dejé para atrás? ¿Soy diferente? ¿Cuáles marcas al final me constituyen como nación y como sujeto y no abandono nunca?

Liliana Emparan
Psicoanalista y Coordinadora del Projeto Ponte- grupo de apoyo psicológico a inmigrantes y migrantes

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